La familia Miró de Burriana

No se sabe a ciencia cierta cuando los Miró de Burriana empezaron a cultivar naranjas, pero debió de ser por la misma época en que los hombres de la familia perdieron su nombre y pasaron a ser conocidos como "vicaris", es decir, vicarios, en algún momento de la segunda mitad del siglo XIX.

 

En aquellos tiempos iniciáticos el País Valenciano tomó la forma que tiene ahora. Me gusta imaginar las reticencias iniciales de los más viejos a cambiar las hortalizas y los cultivos de autoconsumo por una fruta desconocida y dirigida a la exportación (¿quién comprará esto?), y revivir como los pioneros apostaron por aquellos cítricos que debían ser amargos y de un gusto extraño para la mayoría de la población y persistieron contra la crítica general, para al final, como aquellos texanos que cambiaron las vacas por pozos de petróleo, transformaron para siempre el paisaje, la economía y, en última instancia, la sociedad valenciana.

Mis dos hermanos, Òscar y Josep, y yo somos aún los hijos del "vicari". Porque él, Pepe, es en realidad el último de la especie, el último representante de una saga familiar en que la diferencia entre el éxito y el fracaso se basava en el ojo clínico para identificar las enfermedades de los árboles, las múltiples variedades de naranja y mandarina, la humedad de la tierra y todas aquellas cosas indescifrables que de pequeños escuchábamos en las sobremesas.

Y fue un día cualquiera en una de estas sobremesas posteriores a la paella ritual donde surgió la idea de destinar la producción propia a la venta directa, de saltarnos los intermediarios, de demostrar que una agricultura artesanal, donde el labrador conoce cada árbols y sabe el nombde de cada acequia, puede ser aún sostenible.

"Tu ayúdanos a hacer las mejores mandarinas del terreno, le dijimos a nuestro padre. El resto es cosa nuestra. Y así fue como los vicaris volvieron a ser vicaris.

 

David Miró